
Por Cecilio Panella
El presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, declaró la ley marcial de emergencia con la excusa de supuestas agresiones por parte de su vecina Corea del Norte, y decretó de esta manera el cierre del Parlamento.
Sin embargo, seis horas después se vio obligado a dar marcha atrás luego de que el Congreso votara en contra de la medida.

Mientras afuera de la Asamblea Nacional se congregaba una marcha multitudinaria y las fuerzas de seguridad intentaban tomar el lugar por la fuerza, los parlamentarios opositores lograron reunirse y aprobaron con 190 votos a favor la revocación de la ley marcial.
Según la Constitución surcoreana, esto obliga al Presidente a retirar la medida.
El Gobierno también retiró a los militares desplegados en las calles, tras lo cual miles de manifestantes se congregaron frente a la Asamblea Nacional para pedir la dimisión de Yoon.
La decisión de implantar la ley marcial tiene un trasfondo: el oficialismo se encuentra presionado por la oposición mayoritaria en el Congreso, al que el mandatario calificó como “refugio para criminales” que intenta “derrocar el orden democrático liberal”.
La sorpresiva declaración de la ley marcial para frenar a la oposición fue anunciada la noche del lunes durante un imprevisto discurso en el que Yoon prometió “erradicar a las fuerzas pro-norcoreanas”.
Sin embargo, no especificó ninguna amenaza puntual del gobierno norcoreano encabezado por el líder comunista Kin Jong-un.
La activación de la ley marcial abre las puertas a la intervención militar irrestricta por primera vez desde que se declaró la década de 1980.
Corea del Sur, la décima economía mundial, tiene más de 28.000 soldados estadounidenses apostados y es un aliado clave de Washington en Asia, en medio de rivalidades crecientes con China.
Es la cuarta potencia económica de Asia, después de Japón, China e India.

Un presidente golpeado
Yoon Suk-yeol fue un destacado fiscal, apodado el “gallo de pelea”, por su tenacidad para luchar contra casos de corrupción.
Fueron esas condiciones, junto a su promesa de aplicar mano dura a la vecina Corea del Norte, lo que llevaron a este novato en política a convertirse en presidente de Corea del Sur en 2022.
Lo hizo por el conservador Partido del Poder Popular y su popularidad está en baja por causas de corrupción y por su imposibilidad de dialogar con la oposición.
Yoon ha tenido dificultades para impulsar su agenda contra un Parlamento controlado por la oposición desde que asumió el cargo en 2022.
También ha desestimado llamados a investigaciones independientes sobre escándalos que involucran a su esposa y a altos funcionarios, recibiendo fuertes reprimendas de sus rivales políticos.
La primera dama surcoreana, Kim Keon Hee, está implicada en una trama de manipulación de precios de acciones de un concesionario de autos BMW, entre 2009 y 2012.
También ha sido acusada de aceptar, poco antes de la investidura de Yoon, un bolso de lujo de la marca Dior valorado en unos 2000 euros.
Antifeminista y conservador
Yoon, de 61 años, recibió críticas de organismos como la ONU, que le pidió que abandone su intención de abolir el Ministerio de Igualdad de Género y Familia después de que el mandatario dejara vacante la conducción de esta cartera.
De línea dura, Yoon advirtió que aplicaría un ataque preventivo si hay indicios de una ofensiva inminente de Corea del Norte, dotada de armas nucleares, y prometió reforzar la capacidad de disuasión del Sur.
A su turno, la oposición pidió la «renuncia inmediata» del presidente surcoreano
Park Chan Dae, jefe de la bancada del opositor Partido Democrático, consideró que por la declaración de la ley marcial, el presidente «no puede evitar el cargo de traición».
Por su parte, Lee Jae-Myung, líder del partido, consideró que “no podemos dejar que el ejército gobierne este país”.

Alivio en EE.UU.
El gobierno de Estados Unidos se mostró «aliviado» por el levantamiento de la ley marcial impuesta por el presidente surcoreano, luego de la votación del Congreso, que la terminó bloqueando.
«La democracia es la base de la alianza entre EE.UU. y Corea del Sur, y continuaremos monitorizando la situación», sentenciaron desde la Casa Blanca.
La jugada del presidente surcoreano pone a prueba a Joe Biden y una alianza clave para EE.UU. en Asia.
El gobierno demócrata siempre ponderó a Seúl como un modelo de democracia y fomentó los lazos militares, confiando en que el país sería un baluarte de resistencia contra China, Rusia y Corea del Norte.

La división
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el desmantelamiento del imperio japonés por parte de las potencias aliadas, el destino de Corea se convirtió en la moneda de cambio entre Estados Unidos y la URSS.
Los antiguos aliados desconfiaban mutuamente y en 1948, para controlar la influencia del otro, establecieron dos naciones coreanas separadas y demarcadas por una frontera en el paralelo 38, la línea de latitud que atraviesa la península.
Corea del Norte se convertiría en un estado socialista liderado por Kim Il-sung y respaldado por la URSS, y Corea del Sur, en un estado capitalista liderado por Syngman Rhee y respaldado por Estados Unidos.
El 25 de junio de 1950, un ataque sorpresa del Norte contra el Sur provocó una guerra que transcurrió hasta 1953, dejó millones de muertos y una división permanente entre las dos Coreas.
La guerra de Corea fue el primer enfrentamiento de la Guerra Fría y técnicamente, nunca terminó.
A partir de allí, la historia de Corea del Sur quedó marcada por dictaduras militares y progreso económico.
Es una república semipresidencialista, basada en la división de los poderes político, legislativo y judicial, y la ley marcial para contener posibles desviaciones
Tiene una economía de alta tecnología en constante crecimiento y un modelo que ha logrado abrirse camino en el mundo a pesar de un panorama social cada vez más complicado, como lo demuestra la epidemia de suicidios en el país.
Y un fantasma que nunca la ha abandonado, el comunismo agitado por el Norte comandado por la dinastía Kim, que aún hoy mina un sistema democrático que a primera vista parece occidentalizado, pero con una fuerte polarización política interna.

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